domingo, 20 de septiembre de 2015

ÉXODO. ESPERANDO A LOS BÁRBAROS.

En la sociedad de la información, conforme explicaba Susan Sontag, una imagen no es simplemente eso, sino que va acompañada de la intención de quien la reproduce, ya sea un pintor o un fotógrafo, del contexto en que se reproduce y de la aportación de quien la recibe, reinterpretándola, reconstruyéndola y dotándola de nuevos significados.

En la sociedad de la imagen, de la información y de la comunicación, a todos nos ha conmovido, más que todo lo conocido sobre la tragedia siria, la imagen de un niño ahogado en la costa de una playa turística turca, el cual, tras ser fotografiado, era trasladado en brazos; su minúsculo cuerpo, por un espigado policía turco que llevaba al crío recién muerto de manera que pareciera cargar, abrumado, el miedo provocado inesperadamente por una desgracia inexplicable, expresando el respeto que se rinde ante el cuerpo de un inocente inexplicablemente muerto y la vergüenza de los que veían, en esa tragedia encarnada por un menor casi lactante, que se hubiera ahogado frente a una zona turística en la que veranean muchos europeos que acuden allí para disfrutar de buen clima y buenos precios.

Inmediatamente, cargados de complejos y de simple torpeza bienintencionada, muchos europeos declararon que había que acoger a todos los refugiados sirios, de manera que se pudiera evitar lo que, en las tiernas carnes de un inocente, todos veíamos suceder en las personas que, como apestados, eran trasladados en trenes, expulsados de países y hacinados en campos de concentración de manera que no se había visto desde la segunda guerra mundial o la época del gulag, aunque los gobernantes siempre explicaran que eso no eran eso, campos de concentración.

Admiro de corazón a los que, de buena fe, consideran que habría que acoger a todos los sirios que huyen de una guerra civil provocada entre un dictador apoyado por Rusia, China e Irán, frente a los islamistas del DAESH, que son el precipitado de la reacción sunnita contra los chiíes iraquíes y sirios, provocada por la intervención americana en Irak para derrocar a Saddam.

Todos los que tienen derecho al asilo han de ser acogidos en Europa; esto es una verdad simple. Lo complicado es saber qué hacer para acogerlos, cuántos, cómo, durante cuánto tiempo y, sobre todo, cómo intervenir antes de que el terror genere ese derecho al asilo, pues, no hay que olvidarlo, estar asilado es encontrarse en una situación de total postración social.

La raíz del problema radica en una complejísima ecuación que es dificil hasta de plantear; la Pax Americana será tan incapaz de frenar a los bárbaros como lo fue la Pax Romana y la opulenta sociedad europea (USA está muy lejos) podrá difícilmente asimilar a los asilados y a los refugiados económicos sin modificar una parte de su esencia, salvo que considere intocables los Derechos Fundamentales nacidos de las revoluciones liberales y obreras, de manera que todo inmigrante deba someterse, si eso es posible de conseguir, a ese núcleo duro de la democracia occidental y haya la suficiente claridad de ideas para reaccionar duramente en defensa de esta herencia política que tanta sangre costó a la propia sociedad occidental siglos atrás.

El otro gran bloque occidental, USA, también está recibiendo a sus bárbaros, los latinos, los cuales están extendiendo su lengua y sus costumbres en más de la mitad del país y lo están haciendo con una intensidad exponencial; pero resulta que, con existir una mayor influencia latina en USA y haber sido esta más prolongada en el tiempo, la convivencia con la inmigración, de naturaleza económica y raíz cristiana, puede resultar más fácil de ordenar de la que pudiera recibir Europa, de naturaleza multicultural, tanto de parte de los que llegan como de quienes los reciben que no tienen en común más que sus olvidadas raíces cristianas romanas.

Oía en una radio extranjera, días atrás, a unos sirios civilizados, cultos, universitarios de clase media alta, que explicaban que apoyaban al DAESH (Estado Islámico) frente a Assad y que por miedo a éste habían tenido que exiliarse.

Será imposible resolver este problema si no se interviene en sociedades tan férreamente cohesionadas y antidemocráticas como las islámicas y, esto queda claro, la solución no pasa por derrocar a dictadores para aupar a terroristas, como torpemente ha hecho occidente. Ahora, tras tanto paño caliente y medias tintas, al DAESH solo lo puede frenar la infantería y no parece que que la lejana USA vaya a poner más muertos ni que pase por la cabeza de las potencias árabes, que pudieran pacificar la zona, hacerlo. Ni pueden hacerlo los drones precisos y cobardes de tanta eficacia para la eliminación táctica, artera y alevosa de determinados objetivos. La guerra de baja intensidad es tan incapaz de evitar el terrorismo como la frontera del Rin lo era de contener a los bárbaros y lo serán, de nuevo en la actualidad, los inútiles muros coronados de concertinas, las granadas lacrimógenas o los cañones de agua a presión.

Un importante periodista árabe, llamado Abd-al Rahman al-Rachid, publicó en Asharq al Ausat:

"Es un hecho indudable que no todos los musulmanes son terroristas, pero es tan cierto que todos los terroristas sí que son musulmanes. (...) ¿No nos dice esto nada sobre nosotros, los musulmanes y sobre nuestra sociedad? El Jeque Yusuf al Qaradaui, padre de dos chicas protegidas por la policía inglesa que estudian en la liberal Gran Bretaña, justifica y aprueba el asesinato de civiles norteamericanos en Iraq. Me pregunto cómo puede esperar que le crean cuando afirma en televisión que el islam es una religión de paz, misericordia y tolerancia. Nosotros, los musulmanes, estamos enfermos de una enfermedad muy seria que habría que curar, tras admitir que se padece. No podemos limpiar nuestro nombre si no admitimos que el terrorismo es una indignidad asociada al credo musulmán (...) No podemos  redimir a nuestros jóvenes si no nos enfrentamos a los jeques que para dotarse de identidad e importancia envían a la muerte a los hijos de los demás, mientras envían a sus hijos a estudiar a universidades americanas o europeas."

Desde la mentalidad occidental es imposible resolver esa ecuación: ¿Es mejor un dictador o un terrorista? ¿Es fácil la asimilación cultural de millones de personas provenientes de sociedades profundamente antidemocráticas? ¿Es válida la experiencia francesa con sus colonias árabes o la alemana con los turcos? Admitiendo que es un hecho inevitable ese desplazamiento demográfico aplastante hacia una Europa infértil y vieja ¿Podemos declarar, de manera profundamente cínica, como Chirac, que en una constitución europea no puede declararse la raíz cristiana de Europa porque es igualmente de raíz musulmana? ¿Ser laico es rechazar el cristianismo para ponerlo en igualdad con el islam?

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