viernes, 6 de junio de 2014

TRAPECÍTICA 3



Y hoy en día vamos a peor. El propio expresidente de la Reserva Federal americana confiesa que no sabe cómo se ha producido la crisis ("The map and the territory: Risk, human nature and the future of forecasting", Penguin Press, 2013)

Se han incorporado numerosos mecanismos de estudio del equilibrio económico a largo plazo para prever las crisis mediante modelos dinámicos de equilibrio ectoclástico (aleatorio), siguiendo la obsesión loca de Adam Smith.

No han entendido nada de la Historia. La economía es la acción conjunta de millones de personas que trabajan por un interés propio saltándose las reglas de las leyes y siguiendo el único criterio de la persecución de la ganancia. Cuando el capital no puede incrementarse, se inventa el incremento, como ha sucedido en la actual crisis, durante la cual Greenspan intentó que fuera la mano invisible del mercado la que buscara el equilibrio. De locos.

Y pasó lo que tenía que pasar tantas veces a lo largo de la historia en una espiral cada vez más peligrosa: el crecimiento especulativo y los propios derivados financieros eran, en realidad, otra estafa diferida que, como ha sucedido tantas veces, no son más que peligrosos descubrimientos especulativos que han derivado al comercio mundial paquetes de deuda como nueva burbuja, pero esta vez de un montante de 10 veces el PIB de USA de 2002, llegando en 2011 a 700 billones de dólares, más de 10 veces el PIB global, según cálculos del Banco de Pagos Internacional. Ante esta enormidad hay que preguntarse porqué se llegó hasta aquí y cómo se va a salir de la crisis ahora.

Se confirma así lo que más de 300 años antes escribiera el escolástico Juan de Lugo:" Pretium iustum mathematicum licet soli Deum notum". El valor de las cosas sólo lo conoce Dios, y así debe de ser, pues a lo largo de los siglos se ha demostrado que la especulación dineraria y de activos ha creado enormes distorsiones que han generado innumerables ruinas, por la avaricia de convertir la regla personal de lo que las cosas valen en meras especulaciones financieras, construidas sobre el engaño y el peligro de alejarse de lo que son las cosas y lo que un buen padre de familia consideraría que pudiera ser su sagrado valor.

domingo, 1 de junio de 2014

TRAPECÍTICA 2

Y la crisis de las ciudades italianas se acrecentó más aún con la llegada del oro de América. El emperador Carlos tenía que pagar a los electores para conseguir el la corona imperial, consolidar bajo su cetro la "universitas christiana", para lo que tenía que conseguir apropiarse de la parte privada del oro depositada en los bancos de Sevilla y conseguir cada vez más oro que no hizo más que disparar los precios en España para acabar en Italia o Flandes,  mientras el tejido industrial de nuestro país quedaba arrasado por efecto de la entrada del metal americano y desaparecían comparativamente los grupos sociales productivos.

Los bancos de Sevilla quebraron también, habiéndose establecido antes la regla del depósito con reserva fraccionaria y los créditos forzosos a la Corona. La crisis perfecta provocada esta vez por los poderes públicos y los bancos asociados. Como hoy en día.

Y seguían las admoniciones de los Escolásticos Dominicos: "No os metáis en negocios peligrosos, pues pecáis, aunque sucedan prósperamente y por el solo peligro en que se pusieron los depósitos" recibidos en los bancos.

Siguieron las sucesivas bancarrotas de nuestro país; Felipe II tuvo el honor de reinar en un período en el que estas cíclicas destrucciones de riqueza eran frecuentes. Igual que ahora.

La excepción se dio cuando un banco municipal garantizó el coeficiente de caja al cien por ciento y se financió con unos modestos millajes que resultaban rentables gracias a la seguridad que inspiraban en sus cada vez más depositantes. Un banco de hombres honrados: La Banca Municipal de Amsterdam, gracias a la cual los depósitos quedaban garantizados totalmente, mediante controles semanales de burgomaestres que certificaban que todo el dinero depositado seguía allí. Pero fueron la excepción.

Los ingleses experimentaron la vergonzosa estafa del Banco de Inglaterra con la burbuja inversionista de la Compañía de los Mares del Sur (es el nombre que los españoles dieron al Pacífico que, por entonces era el que todos usaban para designarlo). Otra burbuja. Otra estafa financiera y otro cataclismo económico.

También los franceses tuvieron su personal experiencia de captación fraudulenta de inversiones y sus cíclicas consecuencias cuando, tras la Guerra de Sucesión española, el tesoro real francés estaba en bancarrota (apropiada palabra). El Regente, Louis de Orléans fue convencido por John Law para que se sustituyera el depósito de dinero o facturas por la emisión de billetes bancarios de deuda pública, convirtiendo al rey, a través del regente, en un banquero de la peor calaña, pues se constituyó la Sociedad Comercial del Mississippi, para explotar las magníficas prospectivas de la Luisiana francesa que no era, en realidad, más que una descomunal estafa. La emisión de papel moneda sin reserva de respaldo, el invento de Law, sería un antecedente que seguirían las bancas desde entonces en una práctica aún más peligrosa que la de los depósitos a la vista que pasaban a ser préstamos fraccionados. Otro fiasco descomunal del que se aprovecharon sujetos como Richard Cantillon, el padre de la Economía Política, que se dedicaba a la admisión de depósitos de acciones de la Sociedad Comercial del Mississippi, con reserva de venta. Lo que hizo ya se puede imaginar (enseguida se convirtió en una nueva práctica, aunque a Cantillon quisieron encarcelarlo), vendió las acciones depositadas cuando el precio era más alto y las recompró cuando era más bajo: se acababa de descubrir la especulación bursátil. Arruinó a  sus depositantes y se forró de dinero. La historia es terca, como se ve.




TRAPECÍTICA 1

Días atrás condenaron a unos banqueros de una caja del Penedés por lo que podría ser un delito de apropiación indebida o, tal vez, delito societario. No van a la prisión, pues ha habido acuerdo y han restituido sus pensiones millonarias. Ante el escándalo de la opinión pública que no entiende cómo en plena crisis alguien puede cometer tal atropello sin mayores consecuencias.

No es nuevo y es culpa de todos. También mía y tuya, del que lees esto, por aceptar que pueda negociarse con el dinero como si de una mercancía común se tratase, por depositar dinero a cambio de intereses y admitir que deben pagarte dinero por tu dinero. Se empieza así y acabamos todos donde estamos. Una y otra vez. La especulación lleva siempre a la euforia, la euforia al desafuero y, entes o después, a que el castillo de naipes especulativo se venga abajo, pues no es, ya se ve, más que cuestión de tiempo. Ciclos en los que todos enloquecemos para venir a dar de bruces, una y otra vez, contra la misma piedra.

Ya en la Trapecítica de Isócrates (muerto en 338 antes de nuestra era) encontramos lo que podía ser un primer documento jurídico en el que un depositante reclama su dinero al banquero, el cual no se lo restituye. Las preferentes, el corralito y todo lo demás ya se dió en la antigua Grecia (y el la nueva) y, desde entonces, sin parar.

Por aquella época los templos griegos eran conocidos bancos que crecían en  un entorno favorable hasta que ya en época de Mitrídates explotó la primera burbuja financiera, en el siglo IV antes de Cristo, que hubo de resolverse con una moratoria de 10 años antes de recuperar los depósitos que los banqueros de Éfeso no podían devolver.  Desde muy atrás la religión se ha manifestado en templos y en los templos ha habido comercio. Y siempre todo por lo mismo: dejas dinero para que te lo guarden, el que te lo guarda se lo apropia y lo presta a su vez, de manera que si quieres recuperarlo antes que que a él le devuelvan tu dinero te quedas sin el depósito. Así de sencillo. Una apropiación ilegal que todos admitimos cuando esperamos que por la entrega líquida recibamos unos intereses.

Ese es el problema, la contabilidad doble que ya en la Alejandría tolemaica se practicaba en los bancos y que los jurisconsultos romanos entendían como un robo: Si yo entrego un depósito no estoy otorgando un crédito. Esto,además, era pecado de usura y para evitarlo se recurrió a la institución del "depositum confessatum" que permitía encubrir el ilícito y pecaminoso negocio convirtiendo el depósito en un crédito fraccionado. Tan recurrente es el fraude de ley.

Durante el Renacimiento las ciudades italianas experimentaron un increíble desarrollo económico, cultural y social mediante la expansión financiera derivada de la multiplicación ficticia del valor del dinero depositado que generaba una mayor disponibilidad y tráfico financiero, inflando una burbuja que ya por el siglo XIV explotó una vez más, cuando los banqueros devolvían las monedas depositadas aleadas con metales no preciosos o las sustituían con el reconocimiento de la deuda con un simple pagaré. El pagaré no era admitido por los depositantes que no podían afrontar sus deberes mediante la devolución de sus depósitos indisponibles y, así, se ocasionaba un impago en cadena desde el banco hasta el último menestral que no podía cobrar su salario...todo por una pérdida de confianza de los que h¡nunca hubieran debido confiar en que el dinero aumentaba su valor por el mero cambio de mano. Hasta el siglo XVI parece que esas crisis fueron periódicas, por ser conocida la quiebra de la florentina Banca Ricci por entonces. Esta quiebra financiera provocó una falta de confianza y generó un subsiguiente "mancamento della credenza" que paralizaba la sociedad (nuestra contracción del crédito, tras la resaca de la especulación de años atrás).

Hasta la Peste se convirtió en una ocasión para acumular capital en manos de los supervivientes e invertirlo en nuevos negocios, entre ellos la propia reconstrucción inmobiliaria de las ciudades toscanas. Lo mismo ha pasado tras las grandes guerras del siglo pasado, guardando las distancias.

Se repite la historia. Tantas veces.

Un escolástico español del Siglo de Oro decía de los banqueros: "Hambrientos tragones, todo lo roban y ensucian, salen a la calle son su mesa, su silla, la caja y el libro; como las prostitutas" y reconvenía a los que luego se quejaban cuando no les devuelven el depósito, pero sí aceptan que, a cambio, le paguen intereses "porque sabe que el banquero no le ha de guardar su depósito, sino gastar su dinero", calificando las ganancias de los bancos como "robos con los que os hacéis casas superbas, compráis ricas heredades, con excesivas costas familiares y muchos criados. Hacéis grandes banquetes y vestís costosamente, siendo que cuando os asentasteis a logrear erais pobres" y criticaba a los que depositaban a sabiendas su dinero en el banco para la especulación, ya que "la gente compra como si hubiera más dinero del que en realidad hay", advirtiendo otro escolástico: "pecan los cambiadores y los que les dan el dinero".

Lo dicho por S. de la Calle o Azpilcueta sería aplicable con extraordinaria actualidad a ciertos banqueros de nuestros días y a los que han vivido "por encima de sus posibilidades", pues,  unos u otros a sus ojos serían a día de hoy responsables del actual crash.

El "pelotazo" no es de ahora, pues.

Lo que se ve en la televisión, lo de las estafas de las preferentes, la contracción de créditos que nos lleva a la recesión o la estanflación, la euforia etílica financiera de los pasados años, el edificio de engaño y loca confianza en que hemos vivido hasta  aquí no tenía más solidez que una burbuja de las que, desde siempre, han venido estallando ante las narices de los que han recurrido a la especulación criminal y los que por ambición han entrado en el juego de entregar su dinero ahorrado a cambio de más dinero, pero fácil, siguiendo la lógica de quien cuestiona alegremente el valor de las cosas y la moral de las finanzas.