sábado, 8 de noviembre de 2014

ADELA

Adela se levantó de madrugada. Tenía seca la garganta y necesitaba tomar un poco de agua. Antes de retirarse a dormir olvidó llevar su vaso a la mesita de noche.

A una hora indeterminada, al levantarse, tropezó con el edredón y vino a caer al suelo. Sus viejas articulaciones, pues tiene más de ochenta años, no le permitían ponerse en pie. Lo intentó agarrando el borde de la cama, pero no tenía suficiente fuerza y tampoco a nadie a quien llamar, pues es una anciana viuda que hasta ahora se había valido por sí misma, aunque ya había tenido dos conatos de incendio por olvidarse la comida en el fuego y hubo de ser trasladada en otra ocasión, hace seis meses, al hospital, pues había tomado doble dosis de un medicamento contra la hipertensión que le provocó un desvanecimiento en presencia de un familiar que la visitaba.

A esa hora indeterminada de la madrugada, caída en el suelo, tras pedir auxilio con la esperanza de que la oyera algún vecino, permaneció caída mucho tiempo. Semiinconsciente, en su agonía, iba arrastrándose desde el dormitorio al pasillo en que se encontraba el pulsador de emergencia para que la asistencia social supiera de su necesidad.

A oscuras, entumecida por el frío y con la mente embotada por el miedo y el tremendo golpe que recibió al caerse, fue arrastrándose por el pasillo, en busca de auxilio, en sentido contrario al lugar donde se encontraba el pulsador.

Siguió arrastrándose, por tiempo indefinido, entre estadíos de inconsciencia, desorientación al recuperarse y esfuerzos instintivos de fatiga infinita por moverse en busca de ayuda.

En la oscuridad quiso reconocer la forma del sillón de la sala de estar, porque se oída el tic-tac de un reloj de pared que se encuentra cerca. Al intentar agarrarse al brazo del mueble para incorporarse, el mismo se volcó, provocando una nueva caída de la anciana.

Siguió arrastrándose por el suelo y, sin querer, acabó pulsando el interruptor de un cable que hace de alargadera, con lo que, como si hubiera sido un milagro que ya no se podría haber esperado, se encendió una lámpara de pie.

Recuperó todas las fuerzas que le quedaban para alcanzar el pulsador que estaba en el extremo opuesto del pasillo. Intentaba ponerse a gatas, pero no tenía fuerza; de manera que, a tramos muy cortos, arrastrándose,  recorrió la galería hasta el final, justo en sentido contrario.

Dos horas después de su caída, la encontró una patrulla de la Policía Local que, alertada por la Cruz Roja,  pudo entrar a la casa escalando un patio interior y rompiendo la ventana del baño. La encontraron sangrando, se había orinado por el esfuerzo y había arrastrado toda su humanidad dejando un rastro a lo largo del pasillo.

Hoy está en el Hospital General. No se explica muy bien lo que le había pasado, solo llora cuando se la pregunta, movida por el miedo, la debilidad y la vejez. Torpe en sus expresiones, pues no recuerda los detalles de su accidente, con la cara amoratada, una gran herida en su ceja derecha cosida mediante puntos de sutura y un aparatoso derrame en el globo ocular del mismo sitio, se esfuerza por expresar todo su agradecimiento a los sanitarios que la cuidan.