Acabo de terminar la lectura de un magnífico libro de Gleiser sobre la imperfección desde el punto de vista científico de todo lo que se considera creado conforme a un plan ("Criação imperfeita", editorial Saraiva) . El autor brasileño viene a demostrar que todo cuanto existe es simplemente la consecuencia de un azar dinámico e irracional, cuyas reglas apenas hemos empezado a desentrañar. Puedo estar de acuerdo en lo de nuestra ignorancia. No tanto en que, admitiendo ésta, podamos concluir que somos, que todo es una creación imperfecta. El propio concepto de creación o de imperfección implica tales matices que seríamos incapaces de ponernos de acuerdo siquiera en un superficial debate nominalista.
Otras creaciones, consideradas imperfectas por algunos, me hacen pensar más; aunque sea de pasada. Digo esto porque hoy ha venido a verme mi amigo Augusto, que está loco. Es amigo desde hace muchos años y pese a su deterioro mental se aprecia su bondad; es muy inteligente pero no puede dejar su cerebro en el límite de lo estrictamente racional. Augusto es capaz de razonar de manera meticulosa pero, de pronto, desbarra y se pierde en lo que para una persona sana son meras elucubraciones, ensoñaciones demenciales, asuntos en los que ni se repara ni a los cuales se presta atención. Tiene lagunas de memoria, olvidos sobrevenidos por efecto de la continua medicación a la que ya es adicto.
Augusto es capaz de haber escrito libros de mecánica y pudiera tener un cociente intelectual altísimo pero asociado a lo que se entiende como una personalidad enferma. Está incapacitado, esto es, está muerto legalmente en vida, no puede comprar, no puede contraer matrimonio, no puede enajenar bienes y solo tiene derecho a 150 euros al mes que gestiona una entidad que lleva su curatela. Ha venido a verme por nada. Estas son las mejores visitas. Enseguida se ha marchado, porque consideraba que me hacía perder el tiempo. Creo que solo quería que escuchara cómo le iba la vida, porque ahora, un poco mejor, está en el hospital de día. Como creación imperfecta ha estado encerrado en el psiquiátrico mucho tiempo. Me ha dado su nuevo número de móvil que, según él, no le tienen intervenido, pues dice que oye la voz de los que le tienen pinchado el teléfono. Desde su mundo, es mucho mejor que otros lo somos desde la vertiente racional de la vida.
Si todos tenemos por ley el derecho a la igualdad, nadie hay más desigual que las personas discapacitadas y, de entre ellas, los discapacitados mentales naturales o jurídicos.
Vivimos en una sociedad demasiado estructurada, tal vez por suerte; he de admitirlo. La perfección de nuestra sociedad, en esto, radica en que de una vez debemos dejar, como algo intocable, la ayuda institucional a los más débiles de entre los nuestros, los que dependen de nosotros más de lo que todos dependemos de todos, nuestros dependientes, sin perder de vista que la ayuda es para quien los cuida, pero también y especialmente para ellos.
Vivimos en una sociedad demasiado estructurada, tal vez por suerte; he de admitirlo. La perfección de nuestra sociedad, en esto, radica en que de una vez debemos dejar, como algo intocable, la ayuda institucional a los más débiles de entre los nuestros, los que dependen de nosotros más de lo que todos dependemos de todos, nuestros dependientes, sin perder de vista que la ayuda es para quien los cuida, pero también y especialmente para ellos.
Hace años, durante un curso que hice en Valencia reparé en algo extraño. Me preguntaba porqué esa ciudad no tenía niños, quizás porque me acordaba de mis hijas. No los vi, día tras día, porque estaban en la escuela. Ahora, en vacaciones, los niños escapan de casa y, si no tenemos donde aparcarlos, vuelven a la calle a jugar y a generar molestias a los ancianos, que son generalmente los más quejicosos. Cuando empieza el curso desaparecen otra vez.
Lo mismo sucede con los discapacitados. El domingo, por una calle vacía de coches tras el paso de una procesión, encontré a Manolín, un hombre de mi edad que sufre un retraso mental oligofrénico. Su alma no ha envejecido. Sigue siendo un niño. Con voz de hombre se dirigía, vocalizando como un crío, hacia el joven que lo retiraba del paso procesional. Debiera de ser su sobrino, por parecer bastante más joven que él y guardar cierto parecido físico. Cuando éramos chicos solíamos encontrarnos para compartir su compañía; era amigo de mi hermano menor aunque era mayor que nosotros, porque, a cierta edad, tres o cuatro años más se notan mucho en el desarrollo físico. Lo recordaba más alto y es que lo era respecto de mi cuando compartíamos la infancia y cuando dejé de verlo. Me ha sorprendido volver a dar inesperadamente con él y me he alegrado para enseguida entristecerme. Recuerdo que se le caía el moco y su madre le solía pasar un pañuelo para limpiarle la baba, de forma mecánica pero llena de resignado cariño. Hoy sigue igual.
Como a todos los grandes discapacitados, para el desahogo de la familia, a Manolín lo tienen internado en un centro de otra provincia y la familia lo recoge en época de vacaciones, no sé si porque cierran el Centro o porque entonces tienen tiempo para traerlo a su lado. Eso creo porque es lo que sucede en otros casos que conozco mejor. Está bien, siempre que no se pierda de vista que la ayuda es necesaria y que debe servir para cohesionar a las familias y, en todo lo posible, integrar a quien la recibe.
No aguantamos las creaciones imperfectas; eso pienso algunas veces. Nos quitamos de encima a quienes van a nacer con una discapacidad, a los enfermos mentales, a los viejos, a los débiles. Incluso los niños están aparcados todo el tiempo para que los padres tengamos tiempo que dedicar al trabajo que no nos permitirá tener hijos a los que dar el producto de lo que hacemos. Hasta los niños, por no estar maduros, son creaciones imperfectas. No dejamos de quererlos, pero nos entorpecen la vida cotidiana.
Siempre que veo un gran discapacitado recuerdo una película antigua, en blanco y negro, titulada en español "La parada de los monstruos" ("Freaks" en inglés, simplemente) en la que un grupo de actores, de veras tarados genéticamente, interpretan unos magníficos papeles en el film, con un argumento que trascurre en un circo, lugar en el que solían acabar para su exhibición toda clase de anormales presentados como engendros de feria. El tema de la película debiera hacernos pensar, porque la altura moral de los personajes se mantiene solo respecto de los contrahechos reales que participan en la película y seguramente encontraron en algún cottolengo, esos hospitales de caridad donde iban a parar los que hoy elimina la eugenesia. Los personajes perfectos, hermosos, inteligentes son los caracteres de la obra realmente malvados.
Lo mismo sucede con los discapacitados. El domingo, por una calle vacía de coches tras el paso de una procesión, encontré a Manolín, un hombre de mi edad que sufre un retraso mental oligofrénico. Su alma no ha envejecido. Sigue siendo un niño. Con voz de hombre se dirigía, vocalizando como un crío, hacia el joven que lo retiraba del paso procesional. Debiera de ser su sobrino, por parecer bastante más joven que él y guardar cierto parecido físico. Cuando éramos chicos solíamos encontrarnos para compartir su compañía; era amigo de mi hermano menor aunque era mayor que nosotros, porque, a cierta edad, tres o cuatro años más se notan mucho en el desarrollo físico. Lo recordaba más alto y es que lo era respecto de mi cuando compartíamos la infancia y cuando dejé de verlo. Me ha sorprendido volver a dar inesperadamente con él y me he alegrado para enseguida entristecerme. Recuerdo que se le caía el moco y su madre le solía pasar un pañuelo para limpiarle la baba, de forma mecánica pero llena de resignado cariño. Hoy sigue igual.
Como a todos los grandes discapacitados, para el desahogo de la familia, a Manolín lo tienen internado en un centro de otra provincia y la familia lo recoge en época de vacaciones, no sé si porque cierran el Centro o porque entonces tienen tiempo para traerlo a su lado. Eso creo porque es lo que sucede en otros casos que conozco mejor. Está bien, siempre que no se pierda de vista que la ayuda es necesaria y que debe servir para cohesionar a las familias y, en todo lo posible, integrar a quien la recibe.
No aguantamos las creaciones imperfectas; eso pienso algunas veces. Nos quitamos de encima a quienes van a nacer con una discapacidad, a los enfermos mentales, a los viejos, a los débiles. Incluso los niños están aparcados todo el tiempo para que los padres tengamos tiempo que dedicar al trabajo que no nos permitirá tener hijos a los que dar el producto de lo que hacemos. Hasta los niños, por no estar maduros, son creaciones imperfectas. No dejamos de quererlos, pero nos entorpecen la vida cotidiana.
Siempre que veo un gran discapacitado recuerdo una película antigua, en blanco y negro, titulada en español "La parada de los monstruos" ("Freaks" en inglés, simplemente) en la que un grupo de actores, de veras tarados genéticamente, interpretan unos magníficos papeles en el film, con un argumento que trascurre en un circo, lugar en el que solían acabar para su exhibición toda clase de anormales presentados como engendros de feria. El tema de la película debiera hacernos pensar, porque la altura moral de los personajes se mantiene solo respecto de los contrahechos reales que participan en la película y seguramente encontraron en algún cottolengo, esos hospitales de caridad donde iban a parar los que hoy elimina la eugenesia. Los personajes perfectos, hermosos, inteligentes son los caracteres de la obra realmente malvados.
Esta producción generó un escándalo cuando se proyectó allá por los años 30 del siglo pasado; en algunos países se prohibió y solo a partir de los 70 se ha considerado una obra de culto. En ella se hería la sensibilidad de los bienpensantes que consideraban una ignominia la mera exhibición de ciertas personas, no sé si por motivos éticos o estéticos. Ya en el antiguo Derecho Romano, a los que nacían deformes se les consideraba "monstrua" y no personas. En el film, ellos mismos hacen piña bajo el lema "quien ataca a uno de los nuestros, ataca a todos", y con ese argumento se organiza la venganza por la traición que sufre el protagonista (no cuento más...).
Lo mismo me decía; ellos son los nuestros y tenemos que protegerlos más por eso y por todo.
En eso pensaba cuando veía alejarse a Manolín, a quien quizás ya no vuelva a ver. Patizambo y grandullón, del brazo de quien cuidaba de él. Mocoso e inocente.
En eso pensaba cuando veía alejarse a Manolín, a quien quizás ya no vuelva a ver. Patizambo y grandullón, del brazo de quien cuidaba de él. Mocoso e inocente.