El pasado no se repite; pero nunca es totalmente distinto; vuelve con variaciones geográficas y culturales en las que se presenta la historia como un espectro de matices hecho a base de los mismos colores.
La identidad. La pobreza. La crisis. La economía. La cultura. El odio. La petulancia. La pretendida superioridad cultural, moral o económica son los ingredientes presentes en toda relación humana que, en mayor o menor medida, forman el contexto en el que se desenvuelven los grupos o "naciones".
La crisis económica en Europa, que tiene un claro componente financiero, se parece mucho a las crisis que se producen cada 15 o 20 años pero es distinta de todas las anteriores. Sin embargo, sus consecuencias resuenan como consabidas de otras quiebras pasadas.
Decía Marx que toda sociedad se sustenta en una infraestructura económica que es la que acaba siendo la base de la estructura política y cultural de una sociedad. Esta afirmación es válida y se demuestra como una interesante perspectiva para interpretar lo que sucede en estos días.
Durante una crisis que está modificando las estructuras económicas de un mundo globalizado todo lo que va sucediendo, sin embargo, por repetitivo que parezca, suena disonante en este concierto desbordado que es el mundo actual, por más que se repitan argumentos conocidos.
En toda Europa surgen movimientos políticos identitarios de una u otra manera, ya sea frente a los extranjeros, frente a otras clases, frente a otra casta o contra otra religión.
Nada que repetir sobre lo que ya se adelantó someramente en otras entradas; es increíble que a estas alturas de la historia existan movimientos islámicos profesados por devotos capaces de recurrir al terrorismo, a las acciones encaminadas a ocasionar terror, valiéndose para esta forma de barbaridad premedieval de un amplio elenco de nuevas tecnologías. Estos pretendidos musulmanes centran su estrategia en una interpretación sesgada y literalista del islam, recurriendo a las fuentes del mismo de forma integrista y purista (salafismo) para intentar desprender de su corpus teológico todo tipo de modernismos que serían a su juicio contrarios a la esencia pura de una religión en la que, no obstante, el concepto de piedad, paz, ayuda al necesitado e incluso el sentimiento místico de vinculación amorosa con Dios puede recordarnos perfectamente a los místicos cristianos.
La identidad. La pobreza. La crisis. La economía. La cultura. El odio. La petulancia. La pretendida superioridad cultural, moral o económica son los ingredientes presentes en toda relación humana que, en mayor o menor medida, forman el contexto en el que se desenvuelven los grupos o "naciones".
La crisis económica en Europa, que tiene un claro componente financiero, se parece mucho a las crisis que se producen cada 15 o 20 años pero es distinta de todas las anteriores. Sin embargo, sus consecuencias resuenan como consabidas de otras quiebras pasadas.
Decía Marx que toda sociedad se sustenta en una infraestructura económica que es la que acaba siendo la base de la estructura política y cultural de una sociedad. Esta afirmación es válida y se demuestra como una interesante perspectiva para interpretar lo que sucede en estos días.
Durante una crisis que está modificando las estructuras económicas de un mundo globalizado todo lo que va sucediendo, sin embargo, por repetitivo que parezca, suena disonante en este concierto desbordado que es el mundo actual, por más que se repitan argumentos conocidos.
En toda Europa surgen movimientos políticos identitarios de una u otra manera, ya sea frente a los extranjeros, frente a otras clases, frente a otra casta o contra otra religión.
Nada que repetir sobre lo que ya se adelantó someramente en otras entradas; es increíble que a estas alturas de la historia existan movimientos islámicos profesados por devotos capaces de recurrir al terrorismo, a las acciones encaminadas a ocasionar terror, valiéndose para esta forma de barbaridad premedieval de un amplio elenco de nuevas tecnologías. Estos pretendidos musulmanes centran su estrategia en una interpretación sesgada y literalista del islam, recurriendo a las fuentes del mismo de forma integrista y purista (salafismo) para intentar desprender de su corpus teológico todo tipo de modernismos que serían a su juicio contrarios a la esencia pura de una religión en la que, no obstante, el concepto de piedad, paz, ayuda al necesitado e incluso el sentimiento místico de vinculación amorosa con Dios puede recordarnos perfectamente a los místicos cristianos.
La guerra de Iraq y la guerra civil siria son una clara consecuencia de la intervención occidental en la zona cometiendo un error tras otro, desde la tibieza europea y la falta de altura moral de la administración americana. Ni había armas de destrucción masiva en Iraq, ni Saddam, que fue durante mucho tiempo un aliado laico de occidente, era un Ben Laden y si pasó a ser la bestia negra tal vez fuera por desequilibrar en inestable balanceo de los intereses petrolíferos de la zona (otra vez la infraestructura económica marxiana).
El partido laico y panárabe Baas que apoyaba a Saddam (digámoslo así) y a otros regímenes de la zona fue barrido y la alternativa ha sido el nacimiento de corrientes radicales islámicas que ya latían y resultan difíciles de contener, como sucedió en Afganistán. Caemos en la cuenta de que no puede trasplantarse la historia y que la "primavera árabe" no fue más que una monumental estupidez de quienes creen que puede pasarse del islam preindustrial a la democracia liberal sin cambiar de base la economía de los países afectados.
El propio Hussein, tras el ataque americano con motivo de su invasión de Kuwait, empezó a comportarse como un creyente e incorporó a la bandera nacional el lema que proclamaba que Alah es el mas grande.
Ahora, una mezcla de estados pretende intervenir en la zona formando coalición, sin haber aprendido nada de Afganistán y sin estar de acuerdo siquiera en lo que deben hacer o cómo hacerlo, todo mientras otro estado, el Estado del Islam (Al daula al Islamía) que no es un estado como se entiende el concepto en occidente, sino un califato que está sustituyendo al Estado fallido postbélico de Iraq y se encarga de aplicar su aberrante manera de entender la sharía, mientras practica el exterminio de cristianos y kurdos (otra vez el histórico genocidio de los kurdos, el mayor pueblo sin estado del mundo, ni propio ni ajeno que los pueda acoger; milenaria nacionalidad "histórica" de origen indoeuropeo).
Occidente apoya ahora a los peshmergas del Kurdistán. La población de esta región, sin embargo, fue objeto de genocidio por parte de turcos e iraquíes con armas vendidas a Saddam Hussein por los soviéticos, Francia y gas mostaza suministrado por Alemania ( la España de Felipe González , como muchos otros países, también vendió armamento convencional). Estados Unidos y sus aliados tratan de entenderse con el Irán Chií, antes la base del eje del mal, para enfrentar el peligro integrista sunní que encarna el Estado Islámico, posponiendo de forma realista el contencioso nuclear.
La crisis también está agudizando los latentes conflictos identitarios de Europa, donde hay naciones sin Estado pero, desde luego, sin relación alguna con la mencionada situación de los kurdos.
Hace unos días votaron los escoceses sobre una posible segregación del Reino Unido conservando lengua, moneda e incluso corona. Es extraño el Reino Unido, un país sin constitución escrita en el que se vota de veras sobre su fragmentación, aunque no hace tanto que se suspendió la autonomía irlandesa y se ocupó la región por el ejército.
No hace tanto que los belgas estuvieron un año largo sin gobierno porque no podían entenderse las minorías flamenca y valona; el mismo conflicto podría darse en Chequia, Hungría, Rumanía, Eslovaquia o la Bretaña francesa, sin mentar cada una de las repúblicas de la antigua URSS.
En Francia la crisis ha permitido el ascenso de la ultraderecha como en España de la ultraizquierda; y ambos movimientos desde distintas identidades representativas y desde la pretendida "superioridad moral" frente a la clase política en esta coyuntura de crisis.
En España se plantea la cuestión catalana, que desde su inicio, a principios del siglo XIX se basaba en una pretendida reacción al centralismo y a la inmoralidad del grupo gobernante. En gran medida, el problema centralista es ya historia y los últimos acontecimientos del Caso Pujol --y lo que veremos-- nos resuelven cualquier duda sobre la moralidad de la clase dirigente catalana.
Sin embargo, estos tópicos no son nuevos, ya se plantearon a principios del Siglo XIX, pero sin que se intentara quebrar la unidad nacional o estatal (solo muy tardíamente se concluyó que España era un Estado y Cataluña una nación); al principio se entendió a la inversa, dando a "nación" el significado liberal y a "Estado" el medieval, para entendernos durante décadas. Lo cierto es que el propio Almirall, el padre del catalanismo, acabó su vida muy lejos del nacionalismo, como lo hiciera Arana respecto del movimiento identitario vasco.
Lo cierto es que el pensamiento nacionalista de las regiones periféricas no puede entenderse sin el movimiento integrista que fue el carlismo en los días de su nacimiento, como reacción moral cristiana y local al liberalismo "inmoral" y anticristiano centralista (aunque otro padre del catalanismo, Cambó, renegó de la II República que acabó por suspender el Estatut; el lider de la Lliga acabó financiando y promoviendo el reconocimiento del régimen de Franco en este bucle que muchos nacionalistas regionales acaban haciendo hacia el realismo al final de sus vidas, tal vez creyéndose cuerdos desde la vejez, el agotamiento y la agonía, como Alonso Quijano).
El otro componente de todo nacionalismo, junto a la exaltación neorromántica de las particularidades locales y raciales frecuentemente, es el odio a lo que no sea homogéneo y localista (esto en una Europa Unida y un mundo global), adelantando ya por otro prócer del catalanismo conservador, Prat de la Riba, en su obra "La Nacionalitat Catalana":
---"Es menester acabar con esta monstruosa bifurcación de nuestra alma, sentirse españoles y catalanes a la vez. Somos catalanes y solo catalanes. Este cambio no lo ha hecho el amor, sino el odio"
Este pensamiento, no obstante, no fue el más común, sino que los movimientos regionalistas fueron en su inicio razonables acciones de protección de la identidad dentro de una generalidad no excluyente. Prueba de ello fue la Primera República, promovida y dirigida por catalanes que planteaban un federalismo de izquierdas que hoy parece nuevo y se plantea como alternativa, pero que ya fue ensayado no con mucho éxito durante la Primera República, proyecto que hubiera podido ser viable pero desembocó en una forma delirante de cantonalismo que llevó a algunos a considerar naciones a la población de ciertos términos municipales.
Sin embargo, subyace lo de siempre. No se protege la hermosa lengua catalana que nunca gozó de tanta vitalidad y afecto por parte los que somos aficionados a la lectura, lengua que, sin embargo, recibió en su día una poda empobrecedora, desde dentro del catalanismo, con la reforma rigorista de Pompeu Fabra, ni las instituciones autonómicas que tienen potestades verdaderamente federales; el problema es el dinero.
Ya en 1885, un movimiento social que se parecía mucho al catalanismo actual pero era memos petulante, presentó al rey una "Relación de Agravios" ("Memorial de Greuges") para evitar el efecto de la industria inglesa textil sobre la catalana, que habría que proteger en un contexto de pérdida de las colonias españolas y del comercio con ellas.
La particularidad de este vaivén catalán es la extraña sensación de un déjà vu surrealista sobre lo que pudiera venir.
Imaginemos que se prohíbe la votación y que una parte de la sociedad política catalana intenta expresarse. Imaginemos que se suspende la autonomía y el Gobierno de Madrid utiliza a los Mossos d'Esquadra para impedir el sufragio. Se volvería a repetir una nueva suspensión de la autonomía desde dentro, incluso por policías que en su origen histórico, tras la Guerra de Sucesión, fueron instituidos por la administración borbónica con la finalidad de perseguir a los austracistas.
Y alguien podría repetir lo que Figueras espetó a su Consejo de Ministros durante la Primera República, antes de coger la puerta y mandarlos a todos a hacer puñetas:
---"Estic fins als collons de tots nosaltres!"
El otro componente de todo nacionalismo, junto a la exaltación neorromántica de las particularidades locales y raciales frecuentemente, es el odio a lo que no sea homogéneo y localista (esto en una Europa Unida y un mundo global), adelantando ya por otro prócer del catalanismo conservador, Prat de la Riba, en su obra "La Nacionalitat Catalana":
---"Es menester acabar con esta monstruosa bifurcación de nuestra alma, sentirse españoles y catalanes a la vez. Somos catalanes y solo catalanes. Este cambio no lo ha hecho el amor, sino el odio"
Este pensamiento, no obstante, no fue el más común, sino que los movimientos regionalistas fueron en su inicio razonables acciones de protección de la identidad dentro de una generalidad no excluyente. Prueba de ello fue la Primera República, promovida y dirigida por catalanes que planteaban un federalismo de izquierdas que hoy parece nuevo y se plantea como alternativa, pero que ya fue ensayado no con mucho éxito durante la Primera República, proyecto que hubiera podido ser viable pero desembocó en una forma delirante de cantonalismo que llevó a algunos a considerar naciones a la población de ciertos términos municipales.
Sin embargo, subyace lo de siempre. No se protege la hermosa lengua catalana que nunca gozó de tanta vitalidad y afecto por parte los que somos aficionados a la lectura, lengua que, sin embargo, recibió en su día una poda empobrecedora, desde dentro del catalanismo, con la reforma rigorista de Pompeu Fabra, ni las instituciones autonómicas que tienen potestades verdaderamente federales; el problema es el dinero.
Ya en 1885, un movimiento social que se parecía mucho al catalanismo actual pero era memos petulante, presentó al rey una "Relación de Agravios" ("Memorial de Greuges") para evitar el efecto de la industria inglesa textil sobre la catalana, que habría que proteger en un contexto de pérdida de las colonias españolas y del comercio con ellas.
La particularidad de este vaivén catalán es la extraña sensación de un déjà vu surrealista sobre lo que pudiera venir.
Imaginemos que se prohíbe la votación y que una parte de la sociedad política catalana intenta expresarse. Imaginemos que se suspende la autonomía y el Gobierno de Madrid utiliza a los Mossos d'Esquadra para impedir el sufragio. Se volvería a repetir una nueva suspensión de la autonomía desde dentro, incluso por policías que en su origen histórico, tras la Guerra de Sucesión, fueron instituidos por la administración borbónica con la finalidad de perseguir a los austracistas.
Y alguien podría repetir lo que Figueras espetó a su Consejo de Ministros durante la Primera República, antes de coger la puerta y mandarlos a todos a hacer puñetas:
---"Estic fins als collons de tots nosaltres!"