sábado, 12 de diciembre de 2015

Frankenstein 04155

Ayer tarde, un poco cansado de esta semana demasiado corta, pensando ya en las vacaciones de Navidad fui al cine. Inesperadamente, encontré un estreno, en sala especial para auditorio especial con el título de esta entrada. He de admitir que no había oído antes hablar de esta película española documental. La presentaban los afectados por el accidente del tren Alvia de Santiago de Compostela.

Los afectados, algunos de los cuales son convecinos y participantes en el film, repiten, creo que con absoluta sinceridad, que solo quieren que se conozca la verdad, se les reconozca como personas injustamente perjudicadas y, solo entonces, la reparación, hasta donde es posible y no necesariamente económica, por los perjuicios sufridos.

La película, de escasos 88 minutos, ha sido puesta en las pantallas por una productora pequeña y se ha financiado, por lo que sé, mediante pequeñas aportaciones que han llegado escasamente para poderla presentar.

El joven director de la película, Aitor Rei, en una reciente entrevista, declaraba que solo quiere que el documento llegue al cerebro, más que al corazón, para que los que la vean juzguen; lleguen a una conclusión moral sobre la desgracia injustificada de los perjudicados y sobre el funcionamiento de nuestro sistema.

En el documental queda claro que el sistema, como conjunto de sujetos insolidarios y defensores de unas pequeñas prebendas, somos todos;  a costa de la inconmensurable desgracia de unos pocos. 81 muertos y muchas decenas de heridos físicos y psíquicos son poca cosa en comparación con los intereses de la mayoría.

Este documento te engancha desde las primeras escenas. Con una magnífica fotografía, ves el dolor y la verdad de los rostros tomados desde la cercana desnudez del corazón; percibes en lo cotidiano la desgracia del caminar doliente del herido que va a rehabilitación, apoyado en un bastón que se ve entre un bosque de piernas sanas que se dirigen normalmente a sus quehaceres diarios mientras la víctima, renqueante,  sigue su doloroso camino al gimnasio de fisioterapia. Al empezar la película, entre gente normal, encuentras a una víctima, ignorada por los que la rodean caminando en sentido contrario, la cual  tú ya habías olvidado desde hace muchos meses.

Primeros planos con lágrimas desgarradas de los que han perdido, sin poderse despedir, a su hijo. Declaraciones angustiadas, llenas de suspiros y larguísimos silencios de unos y equilibradas y serenas de otros que, mientras explican cómo un día cayeron en el infierno, no pueden evitar, manteniendo la calma, que los ojos se les arrasen en lágrimas.

Con eso te enganchas; es imposible no dejarse llevar por la empatía que se siente ante la desgracia demoledora de personas normales, como tú o como yo, que, inexplicadamente, acaban perdiéndolo todo.

La película, que me recuerda  los documentales de Michael Moore, empieza con el tiempo de descuento de un reloj; cada segundo de cada minuto es un latido; cuando se alcanza la hora exacta del momento del accidente (técnicamente lo ocurrido no fue un accidente, pues no fue un suceso fortuito), los pitidos, similares a los del  monitor de un electrocardiógrafo, pasan a ser un zumbido agudo continuo que todos asociamos a la muerte. Entonces empieza la narración, al tiempo que vemos descarrilar el Alvia un poco antes de que la pantalla se funda en negro. Inmediatamente se oye la comunicación del maquinista con la central de Madrid, en la que, de forma desgarrada, reconoce que se despistó como era previsible que pudiera pasar y de lo que tantas veces habían advertido los maquinistas a sus responsables de seguridad; "somos humanos", se disculpaba, para continuar expresando su angustia "espero que no haya muerto nadie...pobres pasajeros; pobres pasajeros...".

Pero, como dice el director, lo que más interesa es llegar al cerebro; con hechos, con documentos, con páginas del BOE, con declaraciones cualificadas de ingenieros, de maquinistas y de ex altos directivos de ADIF/RENFE. Con declaraciones de políticos que, a toda costa, por vanidad personal o rentabilidad electoral, inventaron una linea de alta velocidad que tenía en un tramo toda la inseguridad de una linea ferroviaria de la primera mitad del siglo pasado.

Resulta increíble que un torrente de documentos, avisos, recomendaciones de fabricantes y el general conocimiento dentro de la empresa de lo que estaba pasando  no llevara a nadie a evitar lo que, tras muchas veces yendo peligrosamente con el cántaro a la fuente, era previsible que con el tiempo sucediera de forma segura.

"Siempre se echa la culpa al muerto. Con ello se evitan otras responsabilidades y, por eso, somos un país que no aprende pues no afronta la verdad completa de lo sucedido. Pero esta vez el muerto está vivo; no se puede culpar totalmente al maquinista que fue, con su responsabilidad, el eslabón final de muchas otras responsabilidades previas que nadie quiere asumir", explicaba a la sala el hijo de uno de los fallecidos, acompañado de viajeros sobrevivientes, uno de los cuales es el protagonista que en el film pinta un graffiti titulado "FRANK  ENSTEIN", que era el nombre con el que se conocía al tren Alvia por parte de los ferroviarios, que lo consideraban un aborto, un engendro compuesto por "trozos" de otros trenes que lo convertían en un convoy imposible de homologar.

Spanair, el metro de Valencia, el Yakolev y el Alvia son sucesos que se repiten porque el sistema, que somos todos, asumimos riesgos inaceptables, en la esperanza de que no ocurra ninguna desgracia y si ocurre se culpa al piloto o maquinista y a las víctimas, si se vuelven incómodas en su dolor; esas víctimas que son pocas, que serán indemnizadas económicamente (no moralmente), de las que todos nos compadecemos pero olvidaremos en dos semanas, porque tenemos que seguir viviendo y creemos remota la posibilidad de que los siguientes seamos nosotros.

Esta entrada al blog es mi aportación a los damnificados. No dejéis de ver la película; es de una clarividencia demoledora y nos hace pensar.

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